domingo, 15 de enero de 2012

El Hombre Prehistórico




Colón navegó más de cuatro semanas para llegar de España a las Antillas. Nosotros, en cambio, cruzamos el océano en dieciséis horas con una máquina voladora. Hace quinientos años se necesitaban tres o cuatro años para copiar un libro a mano. Nosotros poseemos linotipos y rotativas que pueden imprimir un libro en un par de días. Sabemos mucho de anatomía, química y mineralogía, y estamos familiarizados con mil ramas distintas de la ciencia, cuyos mismos nombres eran desconocidos a las gentes del pasado. 

En un aspecto, sin embargo, somos tan ignorantes como el más primitivo de los hombres: no sabemos de dónde hemos venido. No sabemos como, por qué, ni cuándo empezó la raza humana su ciclo en esta tierra. Teniendo un millón  de datos a nuestra disposición, seguimos obligados a imitar el ejemplo de los cuentos de hadas y empezar con la vieja cantinela: "Érase una vez un hombre..."

Este hombre vivió hace cientos de miles de años. ¿Qué aspecto tenía? Lo ignoramos. Nunca lo hemos visto retratado. A gran profundidad, enterrados en la arcilla de un terreno antiguo, hemos descubierto a veces unos cuantos pedazos de un esqueleto. Estuvieron ocultos entre masas de huesos de animales que largo tiempo atrás desaparecieron de la superficie de la tierra. Hemos tomado esos huesos, y ellos nos han permitido construir  una extraña criatura que da la coincidencia de haber sido nuestro antepasado.

El tatara-tatarabuelo de la raza humana fue un mamífero feísimo y repelente. Era muy pequeño. El calor del Sol y el viento cortante de los fríos inviernos habíanle dado a su piel un color castaño oscuro. Tenía cubiertos de largos pelos la cara y casi todo el cuerpo. Sus dedos delgados, pero muy fuertes hacían que sus manos parecieran las de un mono. Tenía la frente pequeña y mandíbula semejante a la quijada de los animales salvajes que usan los dientes a la vez como tenedor y como cuchillo.

No llevaba ropas. No había visto más fuego que las llamas de los volcanes ensordecedores, que llenaban la Tierra con su humo y lava. Vivía en la penúmbra húmeda de inmensos bosques. Cuando sentía los tormentos del hambre, comía hojas y raíces crudas, o provocaba la indignación de un ave sustrayendo los huevos de su nido.

Muy de tarde en tarde, tras larga y paciente persecución, lograba atrapara un gorrión o un pequeño perro salvaje, tal vez un conejo. Los comía crudos, pues el hombre prehistórico ignoraba que los alimentos pudieran cocerse. Sus dientes eran largos y se asemejaban a los de muchos animales actuales. Durante las  horas del día este ser humano vagaba en procura de comida para sí y para su mujer y sus hijos. 

De noche, asustado por el rugir de las bestias que salían en busca de presa, se metía cautelosamente en un árbol vacío o se escondía detrás de unas cuantas rocas grandes, cubiertas de musgo y de enormes arañas. En el verano se hallaba expuesto a los rayos abrasadores del Sol. Durante el invierno se helaba de frío. Cuando se hería (y los animales que cazan a otros, se quiebran huesos o retuercen tobillos incesantemente), no tenía quien lo cuidase.

Había aprendido a producir ciertos ruidos que ponían sobre aviso a sus semejantes siempre que  que lo amenazaba un peligro. En esto era como el perro que ladra cuando se acerca un extraño. En muchos otros aspectos tenía menos atractivos que un perro casero bien cuidado.

En consecuencia, el hombre primitivo era una criatura miserable, que vivía en un mundo de miedo y de hambre, rodeado por miles de enemigos y atormentado sin cesar por el recuerdo de sus amigos y parientes que habían sido devorados por los lobos, por osos y por el terrible tigre de colmillos en forma de sable.

De la temprana historia de este hombre no sabemos nada. No tenía herramientas y construía viviendas. Vivía y moría sin dejar huella de su existencia. Nosotros le hemos seguido los pasos a través de sus huesos, los cuales nos dicen que vivió hace más de dos mil siglos. El resto es tinieblas.Hasta que lleguemos a los tiempos de la Edad de Piedra, en que el hombre aprendió los primeros principios rudimentarios de lo que llamamos civilización. De esta Edad de Piedra tendré que hablaros con algún detalle.


De "Historia del Hombre Primitivo: origen de la civilización" de Hendrik W. van Loon; Acme Agency Editores, Buenos Aires, 1950. 

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