lunes, 18 de noviembre de 2013

Homo faber


Alguna vez dijo Einstein que lo más importante del mundo reside en que es comprensible; quizás pueda parafrasearse esta expresión y decir que lo más incomprensible en el hombre es su manipuleo de las cosas de ese mundo, y fabricar con ellas instrumentos, útiles y máquinas. Sin duda, los animales no hablan, pero emiten los más variados sonidos; tampoco reflexionan, aunque muestran un rudimentario discernimiento; sin embargo, no es imaginable en un animal la modificación de su proceso instintivo a fin de introducir mejoras en su cueva o en el arte de cazar su presa. En cambio, en la aurora de su humanización, el lejano antecesor del actual Homo sapiens ya es el Homo faber, que inventa el filo cortante, iniciación de la larga y multiforme serie de recursos que implementará para dominar el mundo que lo rodea y adaptarlo a sus necesidades.

Más aún: se ha dicho que es poco probable que el hombre hubiera sobrevivido sin la fabricación de instrumentos que compensaran su reducido tamaño y los escasos y débiles recursos que le ofrecían manos y dientes para su defensa. El hecho es que, mientras otras ramas colaterales perecían, el Homo faber sobrevivió y la lenta evolución y correlación de cerebro, ojos, manos y boca dio lugar a un ser firmemente apoyado sobre el trípode: pensamiento reflexivo, lenguaje y fabricación de instrumentos.

La fabricación de instrumentos, como prolongación de la mano, y la conservación, producción y usos del fuego fueron pues las primeras manifestaciones de una específica actividad humana, la técnica o tecnología, términos de los cuales se dan definiciones diferentes y que, aún aludiendo a la misma actividad humana, no son sinónimos, distinguiéndose, en general, según se acentúe el acto (técnica) o los pensamientos que acompañan o preceden el acto (tecnología).

De "Las revoluciones industriales" por José Babini; Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Paul Avril: el padre de la ilustración erótica

Édouard Henri Avril (1849-1928) fue un pintor francés que se dedicó a la ilustración erótica bajo el seudónimo de Paul Avril.  Tuvo una formación académica y desde 1874 a 1878 concurrió a la Escuela de Bellas Artes de París. Entre sus principales obras se destacan las ilustaciones para la novela Fortunio de Théophile Gautier. Gracias a sus ilustraciones, Avril obtuvo gran reputación y recibió muchas encargos para ilustrar autores importantes de la llamada "literatura galante" de la época, por no decir erótica y hasta pornográfica. Estos libros fueron vendidos masivamente en ediciones de bolsillo únicamente a suscriptores y coleccionistas. Paul Gautier es considerado actualmente como el padre de la pintura erótica. Aquí les dejo algunas de sus ilustraciones del año 1906:    

           Felación    

       Cunnilingus

     
Mujer arriba

Postura de pie

Cunnilingus y doble penetración

Postura de misionero

Caricias

Penetración trasera
 
Sócrates y Alcibíades
 
Felación múltiple

 Orgía en Pompeya
 
   Adriano y Antínoo en Egipto

    Mujer arriba II

 Mujer arriba III

Masturbación masculina
 
 
Escena de bestialismo

sábado, 9 de noviembre de 2013

La guerra


Nosotros pensamos que la guerra es una maldición de nuestro destino, un síntoma fuerte de barbarie y de imperfección, que arrastra el pasado y que no dejará de influir en los hombres hasta que éstos lleguen a un término medio de normalidad, de equilibrio moral y de la más fácil satisfacción de las necesidades primordiales: cuando la solidaridad humana sea un hecho, cuando el conjunto no necesite del robo, ni del crímen para subsistir, la guerra no tendrá razón de ser. ¿Cuándo será ésto?...

Cuando seamos más humanos, menos bestias; cuando dejemos de estar condenados a nuestras pasiones y sujetos a las ajenas; cuando los que creen en Dios estén más cerca de él; cuando los que creemos en la moral, nos adaptemos estrictamente a ella. En fin, cuando la humanidad se vincule, dentro de un hecho real y positivo, a la fraternidad que demanda y pregona la sociedad fraternal.

La guerra no es un principio jurídico, no es un derecho porque éste no puede estar supeditado a la fuerza; no es un principio moral, porque la moralidad no puede estar sujeta al capricho de nadie; no es justa, porque la justicia es esencialmente equitativa; no es civilizadora, porque la civilización no puede ser sujeto, ni consecuencia de barbarie; no es humana, porque se endereza precisamente contra todo principio humano...

Luis G. Urbina*

* Luis G, Urbina (1864-1934): Literato y poeta mexicano, autor de "Antología Romántica", "La Vida Literaria de México", "Puestas del Sol", etc. Bella, muy bella es su célebre "Metamorfosis".

De "El Derecho de Saber" por Luis Umbert Santos; Editorial Humanidad, México DF, 1953.

domingo, 3 de noviembre de 2013

El tatuaje



Gracias a la civilización europea, el tatuaje tiende a desapercer. A media que los pueblos progresan, destierran la bárbara costumbre, antigua como la humanidad, de pintar y bordar la humana piel. Y sin embargo, el tatuaje persiste aún, no tan sólo entre los salvajes de Asia, del Africa y Oceanía, sí que también en las grandes metrópolis europeas; una especie de regresión atávica dejar sentir su influjo hasta en las elevadas clases. El tatuaje se practica de tres diversas maneras:  por incisión, por quemadura y por punción. Casi siempre entre los salvajes el tatuaje tiene por objeto diferenciar entre sí las tribus e individuos, y también dar a sus guerreros aspecto feroz, que aterrorice al enemigo.Los negros, proceden generalmente por incisión. Dado el color oscuro de su epidermis, el tatuaje multicolor por punción apenas se notaría, y no vacilan en tallarse la piel, manteniendo abiertas las heridas por largo tiempo, merced al uso de fricciones irritantes, consiguiendo marcas horribles, repugnantes e indelebles, de color blanco, que adquieren las heridas al cicatrizar.

Los naturales de Nueva Guinea y los negritos, soportan, por su parte, un verdadero suplicio: ellos se hunden minuciosamente en la piel carbones de bambúes, encendidos al rojo blanco, y tienen el puntillo honroso de no manifestar exteriormente el sufrimiento que forzosamente experimentan; el menor gesto, el lamento más ligero, sería considerado por sus coterráneos como una cobardía. Al este de Nyanza, las mujeres se tatúan el pecho y la espalda. Los Wa-Nyoro, se dibujan dos líneas en la frente, para distinguirse de las tribus vecinas. Los Bari, se tatúan con dibujos geométricos y teñidos de diversos colores. En Etiopía, las tribus de los Bertha y la de los Lega, se tiñen de rojo la cara, los hombres; y las mujeres se provocan pústulas para quedar señaladas como por la viruela, ¡el colmo de la coquetería! Por un extraño capricho de la moda, en el bajo Níger, las clases superiores se arrancan la piel de la frente y la rebaten sobre los ojos, formando unas especies de bolas o pólipos escalonados. Pueden sentarse como regla, que el tatuaje africano es grosero, horrible, en tanto que en el Extremo Oriente y algunas islas Oceánicas revista cierto carácter artístico.

Los japoneses han sido y son habilísimos en este arte. El instrumento de que se valen es una lanceta de cobre, con diversas puntas de tamaños varios, de extremo cortante. El paciente se extiende por tierra; el artista se sienta en cuclillas a su lado, y cuando no tiene ayudante se sirve también de los pies para sujetar los miembros o estirar la piel del operado, interín con las manos maneja las lancetas. Con las cuchillitas empapadas en color, corta, o mejor pica, ligeramente la piel, siguiendo cuidadosamente las líneas del dibujo que previamente ha extarcido. La operación es rápida y con segura mano ejecutada. Inmediatamente el artífice tampona la piel con un trapo, a fin de quitar el exceso de color. El dibujo aparce en el acto con toda brillantez. Los japoneses coloran muy diversamente sus tatuajes; el negro, rojo, verde y azul se combinan armoniosamente en sus dibujos. Los asuntos son también muy variados: flores, arabescos, árboles, pájaros, etc. El Mikado ha prohibido bajo penas severas, tal forma de ornamentación, y la nueva generación ya no lo practica, salvo, naturalmente, alguna excepción.

En Birmania, los criminales reincidentes son marcados con tatuajes, figurando esposas y cadenas. En la Indochina, el tatuaje tiende a desaparecer. En Oceanía, en las islas Marquesas, la ceremonia de la operación es secreta, y está unida a la idea religiosa. A la edad de quince años se practica, y van recubriendo el cuerpo paulatinamente por años, terminando en edad muy avanzada. La dignidad de tatuador, se transmite de padres a hijos. En Haití, el tatuaje ha llegado a la perfección como arte ornamental. Los Maorís, raza antigua y guerrera de las islas Polinesias, son eximios artistas, y consiguen dar a los rostros de sus guerreros expresión terrible e imponente. En Nueva Zelandia, el tatuaje es el distintivo de la nobleza, el blasón que distingue las familias. De todos modos, sea como quiera, grosero o artístico, el tatuaje es una manifestación de inferioridad, y tan sólo está admitido entre los pueblos más salvajes o de civilización rudimentaria.

Mario Roso de Luna

De "Los Titanes de lo extravagante y raro"; Ediciones Anaconda, Buenos Aires, 1946.