sábado, 27 de octubre de 2012

Las catedrales góticas


Parece inútil destacar la considerable originalidad de la arquitectura medieval. Los arquitectos y maestros de obra tenían ante sus ojos los ejemplos romanos y árabes que los indujeron a continuar en la senda de una arquitectura funcional y adaptar, dentro de la propia atmósfera cultural, sus construcciones a los fines que estaban destinados. Tal tendencia puede comprobarse en las viviendas urbanas y rurales, en los hospitales, monasterios, construcciones militares y, sobre todo, en las catedrales, típicas muestras de la arquitectura medieval.

Esas construcciones, ya del estilo románico (fines del siglo XI y primera mitad del XII) o del gótico (siglos XII y XIII), nombre que en sentido peyorativo se empleará en el siglo XVI, sin duda fueron, en gran medida, el resultado de los esfuerzos anónimos de artesanos iletrados, aunque no ha de descartarse la intervención técnica de "mecánica teóricos" y "arquitectos científicos" que comienzan a aparecer en esos tiempos. 

En oposición al templo pagano, en que solo penetraban los oficientes y dignatarios del culto, los templos cristianos debían cobijar el mayor número posible de fieles; por otra parte, la luminosidad que debía penetrar desde lo alto exigía grandes ventanales y con ellos elevados y delgados muros que, sin embargo, debían sostener el techo de la catedral: de allí la solución mediante ojivas, bóvedas y arbotantes característicos de la catedral gótica. Algunas de esas innovaciones son de origen árabe, pero los cristianos las perfeccionaron logrando crear un estilo arquitectónico propio.

La novedad de esos problemas técnicos, para los aún inexpertos constructores, explica que en la erección de las catedrales privaran reglas empíricas y el método de prueba y error puestos de manifiesto en la lentitud de las obras y en los fracasos, derrumbes y catástrofes que registran las crónicas. En buena medida, las catedrales que hoy se admiran son fruto de la concepción genial de sus creadores, pero también de la habilidad de los restauradores que corrigieron los errores de sus primitivos constructores.

De "Las revoluciones industriales" de José Babini; Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972.