sábado, 30 de junio de 2012

Mahoma y el Islam

La Kaaba es la piedra sagrada que los musulmanes adoran en La Meca.

A principios del siglo VII apareció un movimiento religioso en los márgenes de los grandes imperios, el de los bizantinos y el de los sasánidas, que dominaban la mitad occidental del mundo. En La Meca, ciudad de Arabia occidental, Mahoma comenzó a convocar a los hombres y las mujeres; pregonaba la reforma moral y la sumisión a la voluntad de Dios según se manifestaba en lo que él y sus partidarios aceptaban como mensaje divino revelado al propio Mahoma y que después se había reflejado en un libro, El Corán.

En nombre de la nueva religión, el Islam, los ejércitos reclutados entre los habitantes de Arabia conquistaron los países circundantes y fundaron un nuevo imperio, el Califato, que incluyó gran parte del territorio del Imperio Bizantino y toda el área del sasánida, y se extendió desde Asia Central hasta España. El centro del poder se trasladó de Arabia a Damasco, en Siria, con los califas Omeyas, y después a Bagdad, en Irak, con los Abasíes.

Hacia el siglo X, el Califato estaba desintegrándose, y aparecieron califatos rivales en Egipto y España, pero se mantuvo la unidad social y cultural que se había formado en su seno. Gran parte de la población se había convertido en musulmana (es decir, se había adherido a la religión del Islam), aunque pervivían grupos de judíos, de cristianos y de otras comunidades; la lengua de los árabes se había extendido, y se convirtió en el vehículo de una cultura que incorporaba elementos de las tradiciones de los pueblos asimilados al mundo musulmán y se expresaba en la literatura y en sistemas jurídicos, teológicos y espirituales.

Inmersas en diferentes ámbitos físicos, las sociedades musulmanas desarrollaron instituciones y formas específicas; los nexos establecidos entre los países de la cuenca del Mediterráneo y los de alrededor del océano Índico crearon un sistema comercial único y promovieron cambios en la agricultura y los oficios, de manera que establecieron las bases del crecimiento de las grandes ciudades con una civilización urbana que se expresaba en construcciones de un estilo islámico carácterístico.

De “La Historia de los Árabes” de Albert Hourani; Editorial Crítica, Buenos Aires, 2003.

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