lunes, 26 de marzo de 2007

Lemmings


Un cuento de Richard Matheson


–¿De dónde vienen? –preguntó Reordon.–De todas partes –replicó Carmack.Ambos hombres permanecían junto a la carretera de la costa, y, hasta donde alcanzaban sus miradas no podían ver más que coches. Miles de automóviles se encontraban embotellados, costado contra costado y parachoques contra parachoques. La carretera formaba una sólida masa con ellos.–Ahí vienen unos cuantos más –señaló CarmackLos dos policías miraron a la multitud que caminaba hacia la playa. Bastantes charlaban y reían. Algunos permanecían silenciosos y serios. Pero todos iban hacia la playa.–No lo comprendo –dijo Reordon, meneando la cabeza. En aquella semana debía ser la centésima vez que hacía el mismo comentario–. No puedo comprenderlo.Carmack se encogió de hombros.–No pienses en ello. Ocurre. Eso es todo.–¡Pero es una locura!–Si pero ahí van –replicó Carmack.Mientras los dos policías observaban, el gentío atravesó las grises arenas de la playa y comenzó a nadar. La mayoría de la gente no pudo, ya que sus ropas se lo impidieron. Carmack observó a una joven que luchaba con las olas y que se hunció al fin a causa de su abrigo de pieles.Pocos minutos más tarde todos habían desaparecido. Los dos policías observaron el punto en que la gente se había metido en el agua.–¿Durante cuánto tiempo seguirá esto? –preguntó Reordon.–Hasta que todos se hayan ido, supongo –replicó Carmack.–Pero..., ¿por qué?–¿Nunca has leído nada acerca de los Lemmings?–No.–Son unos roedores que viven en los Países Escandinavos. Se multiplican incesantemente hasta que acaban con toda su reserva de comida. Entonces comienzan una migración a lo largo del territorio, arrasando cuanto se encuentran a su paso. Al llegar al océano, siguen su marcha. Nadan hasta agotar sus energías. Y son millones y millones.–¿Y crees que eso es lo que ocurre ahora?–Es posible –replicó Carmack.–¡Las personas no son roedores! –grito Reordon airado.Carmack no respondió.Permanecieron esperando al borde de la carretera pero no llegó nadie más.–¿Dónde están? –pregunto Reordon.–Tal vez se hayan ido.–¿Todos?–Esto vienen ocurriendo desde hace más de una semana. Es posible que la gente se haya dirigido al mar desde todas partes. Y también están los lagos.Reordon se estremeció. Volvió a repetir:–Todos...–No lo sé; pero hasta ahora no habían cesado de venir.–¡Dios mio...! –murmuró Reordon.Carmack sacó un cigarrillo y lo encendió.–Bueno –dijo–. Y ahora, ¿qué?Reordon suspiró:–¿Nosotros?–Ve tu primero –replicó Carmack–. Yo esperaré un poco, por si aparece alguien más.–De acuerdo –Reordon extendió su mano–. Adiós, Carmack –dijo.Los dos hombres cambiaron un apretón de manos.–Adios, Reordon –se despidió Carmack.Y permaneció fumando su cigarrillo mientras observaba como su amigo cruzaba la gris arena de la playa y se metía en el agua hasta que ésta le cubrió la cabeza. Antes de desaparecer, Reordon nadó unas docenas de metros.Tras unos momentos, Carmack apagó su cigarrillo y echó un vistazo a su alrededor. Luego él también se metió en el agua.A lo largo de la costa se alineaban un millón de coches vacíos.

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