sábado, 27 de abril de 2013

Con la buena voluntad del Zar


Los últimos años del siglo décimonono fueron ennoblecidos por una proposición extraordinaria que enseguida cayó en un olvido completo. En agosto de 1898, el Zar Nicolás II invitó a los Estados europeos y a los Estados Unidos de América a reunirse en una conferencia destinada a asegurar la paz entre las naciones y a poner fin al incesante incremento de los armamentos que empobrecía a Europa. El mensaje del soberano estaba redactados de esta manera: "El mantenimiento de la paz general y una reducción eventual de los armamentos excesivos, cuya carga pesa sobre todos los pueblos, aparecen, en las condiciones actuales del mundo entero, como el ideal hacia el que todos los gobiernos deberían dirigir sus esfuerzos".

Las dificultades para llegar a un acuerdo tal eran, por cierto, muy grandes, pero no eran insuperables a primera vista. La conferencia tuvo lugar; cada nación delegó allí la élite de sus sabios. El presidente era M. de Staal; Alemania envió al Conde de Münster; Inglaterra a Sir Julian Pauncefote; Estados Unidos al Honorable Andrew D. White; Italia al Conde Nigra; Francia a Leon Bourgeois; España al Duque de Tetuán; China a Yang Yu; Persia a su poeta Riza Khan; Serbia, al célebre escritor Miyatovich. La joven reina de Holanda puso el gran palacio de La Haya a disposición de los delegados. Pero, ¡ay! desde antes de la apertura del congreso, se manifestaron signos de desacuerdo.

Una pequeña disputa entre Lord Salisbury y el americano Dick Olney reveló cuál sería el punto neurálgico de la discusión. ¿Qué sucedería si la conferencia, habiendo reprobado tal o cual guerra, una o varias naciones comenzarán las hostilidades? ¿Cómo dar a la conferencia el poder de hacer respetar a esa decisión? El debate duró meses y no condujo a nada. Pero ese proyecto de paz universal y la reunión de esa conferencia hacen aparecer bajo una luz horrible la masacre ulterior del Zar y de su familia por sus súbditos sublevados.

De "Mi vida y mis amores" (IV tomo) de Frank Harris: Empresa Editora Zig-Zag: Santiago de Chile, 1938.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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