Ateneo de Montevideo, el gran reducto principista uruguayo.
El Principismo, más allá de sus utópicos desvíos o de su intolerancia doctrinaria, ha apurado, en breve trámite, una rendición de cuentas con el pasado que se volvía incuestionable reclamo luego de cuarenta años de equívoca vida independiente. Los hombres de su generación, acuciados por un generoso idealismo, dieron mucho de sí fascinados por el radiante fanal de la libertad civil. Supieron penetrar, en el fragor de la lucha en que estaban empeñados, hasta el meollo de la realidad de su tiempo, donde alentaba, como exigencia primaria de todo programa de superación, la plena libertad de opinión , de creencias, de enseñanza y el goce tranquilo de las prerrogativas individuales.
Por ese camino, erigieron en dogma todas las reivindicaciones de la libertad civil y política y de la personalidad humana. Empero, no encalló en el piélago de la especulación teórica la devoción de los doctrinarios. Movidos por aquel ideal de libertad e individuo -hombres del siglo XIX, al fin- supieron afrontar, a ejemplo e inspiración de sus apóstoles liberales del orleanismo, la prisión, el destierro y aún la muerte, en aras de su intransigente credo. Su siembra constructiva, supera, pues, en mucho sus exageraciones e intransigencias. En el subsuelo de todo nuestro andamiaje institucional republicano se descubre, a poco de rastrear, la huella de una idea o de un principismo nutricio inculcado por los liberales del setenta.
Lograron, y no fue menuda tarea, afincar en la indecisa conciencia nacional la sólida fe en un fundamento de principios como sustento primordial de la democracia uruguaya que, aún en pos de su ideario, se abre camino en el presente siglo. Su prédica, desde el Club Universitario, las cátedras de Economía Política y Derecho Constitucional, la prensa, los clubes o la brega parlamentaria, comprendía el tramo inicial en el devenir del Civilismo Nacional. Un largo itinerario cumplido desde la Sociedad de Amigos del País, la Unión Liberal, el Partido Radical, el Nacionalismo del 72, el Constitucionalismo Principista.
Bien es cierto que, no contando con la opinión mayoritaria, el Principismo de los Setenta no logró llevar a cabo muchas de sus fecundas iniciativas, condenadas -unas veces por la obstrucción de las fracciones tradicionales, otras por la indigencia de recursos- a naufragar sin remedio en la instancia del proyecto y la discusión legislativa. No obstante, el autor cree que la misión histórica del Principismo, de cara a sus aspiraciones y a la realidad, está cumplida con creces. Su revolución espiritual señaló rumbos precisos, en los hábitos y las ideas políticas, y, en más de un aspecto, posibilitó el régimen institucional que hoy rige a la República.
De "El Principismo del Setenta" de Juan A Oddone; Fondo de Cultura Universitaria, Montevideo, 1972.
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