Augusto Comte (1798-1857)
El análisis kantiano abrió nuevos
horizontes a este viejo problema y a otros que ya parecían agotados. Entre las
posiciones interesantes derivadas de él encontramos el positivismo. El
positivismo (A. Comte) parte de la imposibilidad de conocer lo absoluto tal
como lo había mostrado Kant y se esfuerza por liberar a la ciencia, o sea el
conocimiento positivo, de los resabios metafísicos. Sostiene que el
conocimiento científico como el filosófico, no son dos modos de conocer
compatibles, sino distintos grados en la evolución del conocimiento humano.
El espíritu del hombre a
semejanza de la evolución del conocimiento, pasa por tres etapas sucesivas: estado teológico en el que cree poder
llegar a conocer lo absoluto, busca la razón última de las cosas y cree en un
ser causa última de las causas, Dios. A esto le sucede un estado metafísico que tiene características que tiene
características semejantes al primero, pero en el que Dios es reemplazado por
fuerzas naturales. El tercer período o se el positivo, se caracteriza por la investigación puramente científica,
la única capaz de comprobación, que se limita a la investigación de las leyes,
relaciones de fenómenos, dejando de lado la búsqueda de causas absolutas.
“Ciencia, de donde previsión,
previsión de donde acción”, dice el aforismo comtiano, y con esto quiere
recalcar el principio práctico del conocimiento positivo. El positivismo toma,
pues, de las ideas kantianas, la parte de incognoscibilidad de lo absoluto, que
echa fuera de su acción: en cuanto a las características del conocimiento que
admite, está lejos de Kant aunque más no sea porque realmente no se plantea el
problema del valor del conocimiento.
Otros positivistas (Spencer)
toman este absoluto que había sido dejado por Comte. Este incognoscible, que escapa
a todo conocimiento experimental, científico, constituye el dominio de otra
actividad humana, que es la realización. Ciencia y religión resultan cada una
con dominio completamente delimitado: mientras cada una usurpe funciones de la
otra, es decir, mientras la religión crea poder conseguir un conocimiento
positivo de lo incognoscible y mientras la ciencia, por otra parte, quiera
sustituirlo por entidades metafísicas para engañarse a sí misma, habrá
desacuerdo entre ellas.
La ciencia debe convencerse que
ella no puede ir más allá de explicaciones próximas y relativas a la
inteligencia humana que conoce y que quizás no responden para nada a la
verdadera realidad: la religión debe convencerse, a su vez, que ella está
frente a lo absoluto, que no podrá conocer directamente jamás.
De “Problemas Filosóficos” por María A.
Carbonell; Montevideo, 1940.
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