Érase que se era, encaramadas en la escarpadura de sus colinas y perdidas por los marjales del Tíber, un grupo de pobres aldeas al presente mediocres y, según podía parecer, sin porvenir alguno. Pasan unos siglos. Los desheredados de ayer realizan en provecho propio la unidad italiana y, por la conquista de la cuenca mediterránea, fundan el Imperio más poderoso que jamás ha conocido el mundo. ¿Cuento de hadas? No. Más y mejor que eso. Pura historia: la historia de Roma.
En el momento en que Virgilio, en versos inmortales, trazaba retrospectivamente al pueblo romano la naturaleza de su misión, y en que Tito Livio le daba la más espléndida epopeya en prosa de que jamás fue objeto patria humana, Roma contaba ya diez siglos, por lo menos, de historia. En la época republicana, tenía su historia oficial -su credo- cuyo conjunto nos han transmitido los historiadores del Imperio. Resumamos sus líneas esenciales.
Habiendo escapado a la ruina de su patria, el príncipe troyano Eneas, después de andar errando largo tiempo por el Mediterráneo, acaba por desembarcar en la costa del Lacio donde reina el rey Latino. Concluye con él un tratado de alianza y se casa con su hija Lavinia, Ascanio, hijo de Eneas, venido de Troya en su compañía, funda la ciudad de Alba, donde reinan después de él una serie de reyes, descendientes de los suyos. El último, Procas, deja dos hijos, Numitor y Amulio.
Numitor, el mayor y heredero legítimo, es derribado por Amulio, que relega a la hija de aquel, Rea Silvia, entre las Vestales. A pesar de esta precaución, Rea Silvia tiene dos gemelos, Rómulo y Remo. Amulio para desembarazarse de ellos, los manda abandonarlos en las aguas del Tíber. Cuando son mayores, matan a Amulio, devuelven el poder a Numitor, que les concede, para establecer allí una ciudad, el lugar mismo en que habían sido recogidos, la colina del Palatino.
A este prefacio sucede el hecho decisivo de la historia romana, aquel sin el cual no hubiera existido la fundación de la ciudad de Roma. Plutarco, en su vida de Rómulo, se ha complacido en pintar un cuadro tan completo como circunstanciado: "Rómulo se ocupó de fundar la ciudad. Habiendo mandado venir de Etruria a hombres que les enseñaron las ceremonias y las fórmulas que era menester observar, como para la celebración de los misterios. Mandaron abrir un foso...
Fueron echadas en él las primicias de todas las cosas de que se usa generalmente como buenas, y naturalmente como necesarias. Al final, cada cual puso allí un puñado de tierra del país de donde había venido; después de lo cual, se mezcló todo ello. Se dio a aquel foso, como al Universo, el nombre de 'mundus'. Se trazó luego en derredor del foso, en forma de círculo, el recinto de la ciudad.
El fundador pone una reja de bronce a un arado, engancha a éste un buey y una vaca y abre el mismo, sobre la línea que se ha trazado, un surco profundo. Va seguido de hombres que tienen cuidado de echar dentro del recinto todos los terrones de la tierra que el arado levanta y no dejar ninguno fuera de él. La línea trazada marca el contorno de las murallas y, por la supresión de algunas letras, se le llama 'pomerium', esto es, lo que se halla detrás o después de la muralla. Cuando se quiere hacer una puerta, se quita la reja, se cuelga el arado y se interrumpe el surco... Se conviene generalmente en que Roma fue fundada el 11 de las calendas de mayo (21 de abril), día que los romanos festejan todavía hoy, y al cual llaman día natal de su patria".
Fundada la ciudad de Roma, se sucedieron en el poder siete reyes. Rómulo, rey guerrero, combate victoriosamente a los pueblos vecinos, los cenienenses, los antemnates, los sabinos. El conflicto con estos últimos, provocado por el célebre rapto de las sabinas, se termina por un tratado de alianza y el poder conjunto de los dos reyes -Rómulo y T. Tacio- sobre sus pueblos reconciliados.
Numa Pompilio, el sucesor de Rómulo, su sabino, rey pacífico y legislador, da al Estado su constitución civil y religiosa. Con Tulio Hostilio, el tercer rey, la conquista se reanuda. Roma entra en lucha contra su metrópoli. Somete a Alba -combate de los tres Horacios contra los tres Curiacios-, después, a consecuencia de una revuelta, la destruye. Anco Marcio, otro sabino, reanuda las tradiciones pacíficas de Numa, redacta un código de leyes y funda, en la embocadura del Tíber, la colonia de Ostia.La serie regia se termina por tres reyes de origen etrusco: Tarquino el Antiguo, Servio Tulio, Tarquino el Soberbio.
Tarquino el Antiguo introduce en Roma la influencia y el ceremonial etruscos. Realiza grandes obras de utilidad pública y de embellecimiento (desecación del Foro y construcción de una red de cloacas), y, por una serie de victorias, extiende el poder romano en el Lacio. Servio Tulio reforma las instituciones del Estado, y sanciona los resultados obtenidos en el exterior por la organización de la federación latina, de la cual el templo federal de Diana, nuevamente construido sobre el Aventino, llega a ser el centro.
Tarquino el Soberbio, en fin, introduce en Roma un régimen de tiranía. Extiende la dominación romana con sus guerras contras los volscos, y el establecimiento de colonias destinadas a contener a los vencidos. En el interior derrota a la aristocracia, y, por la exageración simultánea de los tributos militares y financieros, provoca el descontento general.
¿En qué medida este relato tradicional responde la verdad histórica? Para ver claro en ello, en cuanto sea posible, conviene ante todo disipar un equívoco fundamental. Leyenda e historia, para nuestros espíritus de hombres modernos, se oponen radicalmente, puesto que la leyenda procede de la imaginación y la historia de la realidad. Los historiadores antiguos, aún los más científicos, un Salustio o un Tácito, tienen un concepto por completo diferente de la tradición histórica.
De la "Nueva Historia de Roma" por León Homo; Editorial Iberia, Barcelona, 1949.
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