¡Qué pérdida, Dios mío! ¡y a qué prueba, Señor, ha querido la Providencia poner su virtud! Es así como ella se burla de los proyectos que nos parecen más legítimos. Vd. ha gozado hasta ahora de todas las ventajas de esta vida: una prosperidad larga y constante, una fortuna establecida, una familia digna de Vd., he ahí muchas gracias que Dios no estaba obligado a hacerle, y quizá Vd. no ha pensado bastante que era a Él solo a quien Vd. las debía; no se le atribuye sino la mala fortuna, y no se cree deber la buena sino a sí mismo. Sin embargo es necesario pagar nuestras deudas tarde o temprano, y ponerse en el espíritu que Él no nos envía a este mundo para ser dichosos.
Reciba Vd. su aflicción como una expiación de las culpas a que estamos sujetos en esta vida, y como una prenda de la felicidad que Dios nos prepara en otra. Queda a Vd. un hijo, emplee Vd. todos sus cuidados en hacer de él un hombre tan honrado como usted; en una palabra, consuélese con el que le queda, y ruegue por el que no tiene ya.
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NOTA: Esta carta, notable por otra parte, esta escrita sobre el tono de una filosofía severa. No se deberá servirse de ella sino con discreción.
De "El Secretario Universal" por M. Armand Dunois; Casa Editorial Garnier Hermanos, París, 1884.
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