Giuseppe Pellizza: "El Cuarto Estado"
Montevideo, 21 de diciembre de 1906.
Honorable Asamblea General:
Entre las diversas exigencias que formulan las huelgas que se producen en el país figura casi sin excepción la de que la jornada de trabajo se reduzca a ocho horas. No obstante, esta aspiración es casi constantemente desatendida, no porque el capitalista no la considere justa, sino porque el régimen de la competencia de las industrias solo permite hacer concesiones de esa especie a los establecimientos que se han sobrepuesto a sus competidores y realizan ganancias suficientes. Resalta así que, en la generalidad de los casos, la misma porción mínima de reposo que requiere el obrero para recomenzar sus tareas con nuevas energías, es sacrificada a la necesidad premiosa de efectuar una producción abundante y a reducido precio, destruyéndose de esa manera prematuramente la salud y la vida del obrero. Sin declamación ni exageración, puede asegurarse que las condiciones de vida, a este respecto de los animales de trabajo, son frecuentemente más ventajosas que las del hombre, pues, siendo aquellos propiedad del que los utiliza, inspira mayores cuidados su conservación ya que el sustituirlos con otros importa nuevos dispendios, mientras que el obrero que desfallece es inmediatamente reemplazado sin mayores erogaciones.
Pero la misma porción mínima que se requeriría para conservar la fuerza que permita continuar el trabajo no es el único reposo a que tiene derecho el hombre. Hay que reconocer al obrero, y, en general, a todos los hombres de trabajo, miembros y factores importantes de una sociedad civilizada, el derecho a la vida de la civilización, a la vida del sentimiento, de la afecciones de la familia, de la sociedad, y, por tanto, el derecho de disponer del tiempo indispensable para participar de esos bienes. Cuando hayan destinado a la alimentación y al reposo de su organismo el tiempo necesario, todavía deben armonizar ideas con sus esposas, para conocer y acariciar a sus hijos y para extender su cultura moral e intelectual.
Estas ventajas, por otra parte, no lo favorecerán exclusivamente, sino que beneficiarán en primer término al organismo de la Nación, que los sentimientos patrióticos deben inducirnos a vigorizar y perfeccionar. El elemento transformador constituye, por su número, la masa de la población del país. La defensa nacional le está principalmente encomendada. De él saldrá una parte considerable de los hombres destinados a dar dirección a la República. En él se debilitará o se robustecerá la raza; se mejorarán o corromperán las costumbres; se enaltecerán o abatirán las aspiraciones públicas. Suprimiendo el exceso de trabajo, que debilita la inteligencia, que oscurece el sentido moral, que extenúa el organismo, que da asidero a todas las enfermedades, que hace imposible la familia y que origina, como consecuencia de todos estos males, generaciones decrépitas, no se propenderá solamente a mejorar la situación del individuo, sino que se propenderá, y en primer término, a vigorizar el organismo y el carácter nacional, pues no podrá haber un pueblo sano, inteligente, noble, donde la masa de la población no sea convertida en un simple instrumento de trabajo, donde se sacrifique a un absorbente interés pecuniario la salud, la moral y la vida de los individuos, ni se podrá exigir sentimientos patrióticos a quienes no vean en la patria más que una madre sin cariño, indiferente a sus infortunios.
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Nuestra República debe aprovechar estos tiempos de formación que corren para ella, en que es fácil corregir vicios y defectos incipientes, así como implantar instituciones nuevas, y prepararse para ocupar un puesto distinguido entre las naciones civilizadas, no por la prepotencia de la fuerza, a la que no debe ni tampoco puede aspirar por la pequeñez de su territorio, sino por lo racional y avanzado de sus leyes, por su amplio espíritu de justicia y por el vigor físico, moral e intelectual de sus hijos.
El hecho de que una reforma no se haya todavía realizado en otro país o que sea generalmente aceptada, alegado con frecuencia en el seno de Vuestra Honorabilidad para rechazar ideas avanzadas, no debe ser invocado sino con mucha parsimonia, pues nuestra condición de pueblo nuevo nos permite realizar ideales de gobierno y organización social, que en otros países de la vieja organización no podrán hacerse efectivos sin vencer enormes y tenaces resistencias.
Inspirado en estas ideas el Poder Ejecutivo expone a vuestra consideración el proyecto de ley adjunta en que se relucen las horas de trabajo diario para niños y adultos, se establece el descanso de un mes para la mujer que ha estado de parto, y se extienden estas disposiciones a todos los órganos de trabajo en que la limitación del esfuerzo y la obligatoriedad del descanso se hacen necesarias atendiendo a consideraciones análogas a las que se acaban de exponer con respecto al trabajo de los obreros.
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El Poder Ejecutivo considera que la reducción obligatoria a ocho horas no presenta en nuestro país las dificultades que en las grandes naciones industriales y os lo propone para hacerse efectiva después de un período de transición de un año, en que la tarea sería de nueve horas. Actualmente la jornada de ocho horas ha sido conquistada por numerosos gremios entre nosotros, pero quedan muchos otros, que no gozan de este beneficio, por no haber tenido la organización y los recursos necesarios para obtenerla, y la ley debe acudir en su ayuda, ya que se trata de una viva necesidad higiénica y moral...
(De los considerandos del proyecto de ley laboral del año 1906).
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He creído que es indispensable que figuren en el programa de nuestro partido las normas de acción que deberán seguir en lo relativo a impuestos...
La primera cláusula del proyecto de resolución que se propone, establece que no creará ningún impuesto al trabajo nacional y que se procurará que desaparezca paulatinamente los impuestos que gravan ese trabajo.
La negativa de nuestra colectividad a cobrar impuestos a los que trabajan no tendría más objeto que la de facilitar su actividad; que el de no ponerles nunca una traba; y si el trabajador ganase mucho, tanto mejor. Pero el objeto de la sociedad no sería como se ve, el de renunciar al impuesto, porque el impuesto lo cobraría cuando el trabajo hubiera terminado por el fallecimiento del que lo produjera.
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Al gravar las herencias se disminuye o destruye, según los casos, una injusticia grande. La herencia, tal como existe, es uno de los graves males de la sociedad. La propiedad intelectual es una de las pocas bases de impuesto que el Comité Ejecutivo propone que sea aceptado por la Convención.
La propiedad es también una gran injusticia. El mundo, puede decirse, sin equivocarse, es de todos. El que viene al mundo, viene con el derecho de poner los pies, por lo menos, en él. Y, tal como está organizada la sociedad, hay muchos que nacen sin tener donde asentar sus pies.
La propiedad, en realidad, no debe ser de nadie, o más bien dicho, debe ser de todos, y la entidad que representa a todos es la sociedad. La propiedad, pues, debe ser de la sociedad. Los primeros habitantes de la tierra tomaron lo que les pareció bien, sin adquirirlo de nadie, y todos se consideraban dueños de lo que entonces sobraba para todos; y sucesivamente se ha ido tomando posesión de esta forma. De esta manera hay un escaso número de personas que son dueñas de tierras y un multitud infinita casi, que no posee un metro cuadrado de ella.
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Otra de las bases del impuesto será la importación, como medio de favorecer a las industrias existentes, de estimular la creación de otras, y de disminuir o limitar los gasto del país en el exterior. El impuesto a la importación es una protección efectiva a los que trabajan en el país, porque la importación de artículos extranjeros mata nuestras industrias.
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No tendríamos ninguna industria sin la protección aduanera. La agricultura misma desaparecería...
Yo diría aquí que es un gran error el querer abaratarlo todo, porque cuando todo se abarata, principalmente los artículos de primera necesidad, se abarata el trabajo del obrero, porque si lo que él produce vale muy poco, lo que gane no puede ser mucho. La tendencia debe dirigirse no a abaratar las cosas, sino a subir los sueldos, a subir el precio del trabajo, y eso se consigue en parte por el impuesto a la importación.
Hay además el impuesto a los artículos cuyo uso convenga limitar, como el alcohol, por ejemplo...
(Del discurso en la "Convención del Partido Colorado" del mes de junio de 1925).
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La clase más desvalida de la República es la de la verdadera población nacional. El paisano es un paria en nuestro país. Duerme en un galpón, junto a los cueros y a los fardos de lana; no tiene, por lo general, más familia que la de las vinculaciones pasajeras; su sueldo mensual es de doce, ocho y hasta seis pesos, su alimentación deficiente, su libertad nula. Hay excepciones; pero la regla general es ésta.
Entretanto, sirve a la industria más próspera, más segura y de más grandes rendimientos que hay en el país. El precio de las vacas, de los cueros, de la lana se ha ido a las nubes; pero los paisanos continúan durmiendo en el suelo, comiendo mal, sin familia, sin nido, ni siquiera como el del pájaro hornero, sin dinero y sin libertad.
¿A qué se debe situación tan terrible? El mal viene de lejos. Allá durante la tiranía de Latorre, se alambraron los campos, y las estancias no tuvieron ya necesidad, para cuidar sus ganados, sino de la cuarta o quinta parte de los peones que antes necesitaban. Los que ya no eran necesarios fueron arrojados con sus familias a los caminos, y rechazados de todos lados porque en ninguna parte se les necesitaba.
Fue una desventura racional, de que nadie se preocupó en aquellos tiempos oscuros. Agrupados en los caminos, o en las orillas de los ríos, aquellos hombres tuvieron que robar el alimento propio y el de sus hijos, y transpusieron de noche, los alambrados, y carnearon las vacas que antes cuidaban...
Entonces se oyó la voz de los estancieros, la voz de los potentados, en tanto que no se oía el clamor de los infelices a quienes se negaba el derecho de vivir sobre su tierra; y el tirano dictó sus providencias. La ley sobre los vagos es de aquel tiempo; y también la penalidad del abigeato. El que no tenía trabajo era considerado "vago" y encerrado para siempre en un cuartel; el que robaba una oveja para dar de comer a su familia, era encerrado durante ocho meses en la cárcel. Además, las comisarías tuvieron carta blanca para matar a todo perturbador del orden. La miseria nacional fue domada, sometida...
Desde entonces el paisano es un paria. Y no porque los dueños de estancia sean peores que los demás hombres, sino porque se ha establecido el concepto general de que el trabajador del campo no vale más de lo que se le paga, de que no tiene derecho a más, de que seres tan deprimidos no sabrían apreciar una vida menos mala. Entre tanto, la campaña produce fortunas enormes.
("El Día", 8 de diciembre de 1919)
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Nuestra agrupación tiene una gran bandera que irá conquistando cada día nuevos adeptos, porque es bandera de amor al hombre, bandera de justicia; porque tiende a hacer la felicidad de los habitantes todos de la República; y nos llevará a preocuparnos, principalmente, de los que más necesitan de nuestro esfuerzo, que son los hombres de trabajo, los hombres que lo hacen casi todo y que al mismo tiempo son los que menos gozan de lo que hacen.
Nosotros hemos hecho algo: ya hemos establecido la jornada de ocho horas, que de los pueblos más avanzados de la Tierra, algunos empiezan recién a conquistar y otros no han conquistado todavía. La jornada de ocho horas, señores, es una obra de evidente humanidad, porque no ha habido, quizá, nada más inhumano en el mundo que las tareas de 14, 16 y 18 horas diarias de trabajo, impuestas, a veces, hasta a los niños de cuatro años... Las fábricas, entregadas a sí mismas, sin la fiscalización del Estado, devoran a los hombres que las sirven, y el Estado tiene que intervenir para que esos crímenes no se cometan...
Las fábricas devoran a los hombres; y no hace un siglo devoraban también a los niños hasta de cuatro años, que moviendo una pieza, arreglada a sus fuerzas, sentados durante el día entero, o de pie, ofrecían a la industria fuerzas más baratas que las del hombre hecho y morían antes de haber llegado a los ocho o diez años y después de haber dado todas sus fuerzas a las industrias que servían.
Nuestra principal tarea -ya que esas cosas, o parecidas, se producen o pueden producirse entre nosotros-, será impedirlas y propender a que todos los que trabajan se vean en una situación en que la vida pueda ser amable para ellos. En términos generales, esa y otras obras de igual importancia vamos a hacer nosotros.
Todo el entusiasmo de aquí se manifiesta debe transformarse en esfuerzo electoral, para asegurar, primero, venciendo al adversario tradicional, la posibilidad de luchar por nuestras ideas, y, hecho ésto para esforzarnos en implantarlas en la práctica.
(En Salto, junio 30 de 1920)
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Yo me he encontrado muchas veces con hombres de quienes he pensando en mi interior: "Estos vales más que yo". Más de una vez, hablando con obreros, hablando con hombres humildes, de trabajo, sin preparación alguna, yo he podido apreciar en ellos fuerza de voluntad, rectitud, inteligencia, resignación y dolorosa pero resistente, aceptación de la vida sin esperanzas, y yo me he dicho frente a más de uno:
Si este hombre hubiera tenido la poca preparación que yo he tenido, si este hombre empleara el lenguaje poco galano -pero en fin, superior al de la generalidad- que yo empleo, en razón de que mis padres pudieron hacerme ir a la Universidad y recibir estudios que otros no han podido, si ese hombre tuviera la preparación que yo he alcanzado -que confieso no es mucha- este hombre sería superior a mí.
(Canelones, 19 de mayo de 1919).
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Efectivamente, en las familias que apenas disponen de los recursos necesarios para la vida, el viejo es una carga. Al viejo no se le puede sostener cuando no puede trabajar, ni hacer ya nada; pero si dispone de una pensión, ya no es un peso, sino un ser que puede prestar un concurso a la familia, y que no perjudica a nadie, porque él se sostiene. Yo creo que esas pensiones son muy pequeñas y habrá que hacerlas un poco más altas, porque el que ha vivido toda su vida trabajando tiene derecho a no vivir en la miseria en su vejez.
Haríamos otras cosas por el estilo. Pero, con frecuencia, nuestros adversarios rechazan las proposiciones que hacemos nosotros. Se puede colegir poco más o menos lo que desean; y lo que desean es formar agrupación de gentes poderosas por su fortuna, que se ayuden entre sí para mantener oprimidas a las masas de la población nacional. Los pobres paisanos blancos que votan por su partido, votan contra ellos mismos.
Recientemente hemos querido establecer el salario mínimo para los peones de estancia y hemos tenido la resistencia de los nacionalistas, y la ley no ha podido pasar, porque los nacionalistas, agregados a los riveristas -que son también bastante conservadores- con algunos vieristas, han cerrado el paso a la ley; y como lo han cerrado a esa ley lo cerrarán a otras.
(En Treinta y Tres, 18 de mayo de 1922).
2 comentarios:
MUY BUENO ESTE DOCUMENTO , ESCRITO PERIÓDICAMENTE.-
MIS SALUDOS.-
Gracias por tus amables palabras amigo y en breve voy a subir alguna información acerca de la vida y la personalidad de José Batlle y Ordóñez, el gran consolidador del Uruguay moderno. Saludos.
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