"Saturno devorando a un hijo", fresco de Francisco de Goya.
El Hambre era una divinidad hija de la Noche. Virgilio la coloca en las puertas de los Infiernos y otros en la orilla del Cócito. Se la representa de ordinario en cuclillas en un campo árido en que algunos árboles despojados de su follaje, sólo prestan una sombra triste y rara; con sus uñas arranca plantas infértiles.
Los lacedemonios tenían en Calciecón, en el templo de Minerva, un cuadro del Hambre cuya visión era espantosa. Se la representaba como una mujer macilenta, pálida, abatida, de extrema delgadez, con la piel de la frente seca y estirada, los ojos extintos hundidos en la cabeza, lívidos los labios y con los brazos descarnados como sus manos, que llevan en la espalda. Ovidio ha hecho una descripción no menos espantosa del Hambre.
No puede describirse el Hambre sin recordar la fábula de Eresictón, hijo de Driops y abuelo materno de Ulises. Despreciaba a los dioses y nunca les ofrecía sacrificios. Cometió la temeridad de profanar a hachazos un bosque consagrado a Ceres, cuyos árboles estaban habitados por otras tantas Dríadas. La diosa encargó castigar al Hambre su impiedad. El monstruo penetró en sus entrañas cuando dormía.
En vano apeló Eresictón a los recursos de su hija Metra, amada de Neptuno, que había obtenido del dios la facultad de tomar todas las formas de la naturaleza; pero él, presa de un hambre devoradora que nada podía calmar, terminó devorándose a sí mismo.
De la "Nueva Mitología Griega y Romana" de P. Commelin; Editorial Atlas, Buenos Aires, 1945.
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