Gracias a la civilización europea, el tatuaje tiende a desapercer. A media que los pueblos progresan, destierran la bárbara costumbre, antigua como la humanidad, de pintar y bordar la humana piel. Y sin embargo, el tatuaje persiste aún, no tan sólo entre los salvajes de Asia, del Africa y Oceanía, sí que también en las grandes metrópolis europeas; una especie de regresión atávica dejar sentir su influjo hasta en las elevadas clases. El tatuaje se practica de tres diversas maneras: por incisión, por quemadura y por punción. Casi siempre entre los salvajes el tatuaje tiene por objeto diferenciar entre sí las tribus e individuos, y también dar a sus guerreros aspecto feroz, que aterrorice al enemigo.Los negros, proceden generalmente por incisión. Dado el color oscuro de su epidermis, el tatuaje multicolor por punción apenas se notaría, y no vacilan en tallarse la piel, manteniendo abiertas las heridas por largo tiempo, merced al uso de fricciones irritantes, consiguiendo marcas horribles, repugnantes e indelebles, de color blanco, que adquieren las heridas al cicatrizar.
Los naturales de Nueva Guinea y los negritos, soportan, por su parte, un verdadero suplicio: ellos se hunden minuciosamente en la piel carbones de bambúes, encendidos al rojo blanco, y tienen el puntillo honroso de no manifestar exteriormente el sufrimiento que forzosamente experimentan; el menor gesto, el lamento más ligero, sería considerado por sus coterráneos como una cobardía. Al este de Nyanza, las mujeres se tatúan el pecho y la espalda. Los Wa-Nyoro, se dibujan dos líneas en la frente, para distinguirse de las tribus vecinas. Los Bari, se tatúan con dibujos geométricos y teñidos de diversos colores. En Etiopía, las tribus de los Bertha y la de los Lega, se tiñen de rojo la cara, los hombres; y las mujeres se provocan pústulas para quedar señaladas como por la viruela, ¡el colmo de la coquetería! Por un extraño capricho de la moda, en el bajo Níger, las clases superiores se arrancan la piel de la frente y la rebaten sobre los ojos, formando unas especies de bolas o pólipos escalonados. Pueden sentarse como regla, que el tatuaje africano es grosero, horrible, en tanto que en el Extremo Oriente y algunas islas Oceánicas revista cierto carácter artístico.
Los naturales de Nueva Guinea y los negritos, soportan, por su parte, un verdadero suplicio: ellos se hunden minuciosamente en la piel carbones de bambúes, encendidos al rojo blanco, y tienen el puntillo honroso de no manifestar exteriormente el sufrimiento que forzosamente experimentan; el menor gesto, el lamento más ligero, sería considerado por sus coterráneos como una cobardía. Al este de Nyanza, las mujeres se tatúan el pecho y la espalda. Los Wa-Nyoro, se dibujan dos líneas en la frente, para distinguirse de las tribus vecinas. Los Bari, se tatúan con dibujos geométricos y teñidos de diversos colores. En Etiopía, las tribus de los Bertha y la de los Lega, se tiñen de rojo la cara, los hombres; y las mujeres se provocan pústulas para quedar señaladas como por la viruela, ¡el colmo de la coquetería! Por un extraño capricho de la moda, en el bajo Níger, las clases superiores se arrancan la piel de la frente y la rebaten sobre los ojos, formando unas especies de bolas o pólipos escalonados. Pueden sentarse como regla, que el tatuaje africano es grosero, horrible, en tanto que en el Extremo Oriente y algunas islas Oceánicas revista cierto carácter artístico.
Los japoneses han sido y son habilísimos en este arte. El instrumento de que se valen es una lanceta de cobre, con diversas puntas de tamaños varios, de extremo cortante. El paciente se extiende por tierra; el artista se sienta en cuclillas a su lado, y cuando no tiene ayudante se sirve también de los pies para sujetar los miembros o estirar la piel del operado, interín con las manos maneja las lancetas. Con las cuchillitas empapadas en color, corta, o mejor pica, ligeramente la piel, siguiendo cuidadosamente las líneas del dibujo que previamente ha extarcido. La operación es rápida y con segura mano ejecutada. Inmediatamente el artífice tampona la piel con un trapo, a fin de quitar el exceso de color. El dibujo aparce en el acto con toda brillantez. Los japoneses coloran muy diversamente sus tatuajes; el negro, rojo, verde y azul se combinan armoniosamente en sus dibujos. Los asuntos son también muy variados: flores, arabescos, árboles, pájaros, etc. El Mikado ha prohibido bajo penas severas, tal forma de ornamentación, y la nueva generación ya no lo practica, salvo, naturalmente, alguna excepción.
En Birmania, los criminales reincidentes son marcados con tatuajes, figurando esposas y cadenas. En la Indochina, el tatuaje tiende a desaparecer. En Oceanía, en las islas Marquesas, la ceremonia de la operación es secreta, y está unida a la idea religiosa. A la edad de quince años se practica, y van recubriendo el cuerpo paulatinamente por años, terminando en edad muy avanzada. La dignidad de tatuador, se transmite de padres a hijos. En Haití, el tatuaje ha llegado a la perfección como arte ornamental. Los Maorís, raza antigua y guerrera de las islas Polinesias, son eximios artistas, y consiguen dar a los rostros de sus guerreros expresión terrible e imponente. En Nueva Zelandia, el tatuaje es el distintivo de la nobleza, el blasón que distingue las familias. De todos modos, sea como quiera, grosero o artístico, el tatuaje es una manifestación de inferioridad, y tan sólo está admitido entre los pueblos más salvajes o de civilización rudimentaria.
Mario Roso de Luna
De "Los Titanes de lo extravagante y raro"; Ediciones Anaconda, Buenos Aires, 1946.
Mario Roso de Luna (Logrosán, -Cáceres-, 15 de marzo de 1872 - Madrid, 8 de noviembre de 1931) fue un abogado, teósofo, astrónomo aficionado, periodista, escritor, ocultista y masón español.
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