Frank y Esnett son dos colegiales que, al salir de un "cine", encienden sendos pitillos, y como dos hombrecitos se lanzan a la calle echando más humo que un torpedero; por su desgracia, encuentran a un pasante del colegio: la catástrofe. Al día siguiente, el director se cree en el deber de aplicarles el castigo del látigo: la culta Inglaterra, que se considera el país donde más se respeta la dignidad humana, es el único país civilizado que conserva el castigo corporal en la ley y en la educación.
A la amenaza del látigo, Frank, de un salto, se pone al otro extremo de la sala; dos criados le persiguen, y tras una lucha encarnizada, le colocan sobre un pupitre; todo el colegio se ha reunido; un criado levanta la camisa al muchacho, y el mismo director le administra cuatro latigazos. Frank se retuerce de dolor y rompe a llorar. - Pida usted perdón -dice el maestro imperturbable.El alumno se niega; otro latigazo más fuerte; brota la sangre, y el muchacho, vencido, pide perdón por haber fumado en la calle.
A la amenaza del látigo, Frank, de un salto, se pone al otro extremo de la sala; dos criados le persiguen, y tras una lucha encarnizada, le colocan sobre un pupitre; todo el colegio se ha reunido; un criado levanta la camisa al muchacho, y el mismo director le administra cuatro latigazos. Frank se retuerce de dolor y rompe a llorar. - Pida usted perdón -dice el maestro imperturbable.El alumno se niega; otro latigazo más fuerte; brota la sangre, y el muchacho, vencido, pide perdón por haber fumado en la calle.
Cuando el padre se entera no le rompe el bautismo al maestro, como habría hecho cualquier padre de estas tierras: va a quejarse al Tribunal de Policía por golpes y heridas; los magistrados se indignan... contra el padre, y dan la razón al maestro, que no ha hecho sino cumplir el reglamento del colegio, aceptado por el padre al llevar allí a su hijo. Nueva queja ante el Tribunal Superior de Londres; los jueces, deciden que el primer Tribunal ha fallado en justicia, imponen al padre y al hijo una multa de cinco guineas a cada uno.-¿Dónde iríamos a parar -ha dicho el Tribunal Superior de Londres- si los maestros de escuela no tuviesen el derecho de corregir a sus alumnos? Los padres deben felicitarse de que otros cumplan ese deber en su lugar.
No está mal que el "policement" que sorprende en la calle a un chicuelo fumando le decomise el tabaco, el papel y las cerillas y le arranque el pitillo de los labios. Si con todos nosotros hubieran hecho lo mismo nuestros "botones" y demás autoridades callejeras, no seríamos hoy esclavos y víctimas del tabaco. Lo que dirán los chicos de nuestros liceos. ¡Cuántas gracias tenemos que dar a Dios de haber nacido uruguayo!
(Tomado de la prensa diaria)
De "Cultura moral y código moral para los niños" de Joaquín Mestre; Papelería Comini, Montevideo, s/f.
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