viernes, 28 de diciembre de 2012

El Renacimiento del arte inglés



por Oscar Wilde

La conferencia sobre el Renacimiento del arte inglés fue dada por primera vez en el Chickering Hall, de Nueva York, el 9 de enero de 1882. Una parte de ella se reprodujo a la mañana siguiente en la New York Tribune, y a continuación por otros periódicos norteamericanos. Luego, esta parte se ha reimpreso más o menos exactamente en ediciones no autorizadas.Hay nada menos que cuatro copias originales de esta conferencia, y la más antigua es de puño y letra del autor. Las otras están copiadas con máquina de escribir, y contienen numerosas correcciones manuscritas del autor. Todas estas correcciones han sido tenidas en cuenta, y el texto así traducido contiene en lo posible la conferencia en su forma original.

Entre los numerosos beneficios que debemos a la suprema capacidad estética de Goethe, no hay que olvidar el que fué quien primero nos enseñó a definir la belleza en los términos más concretos posibles, quiero decir, a realizarla siempre en sus manifestaciones especiales. Por eso es por lo que, en la conferencia que tengo el honor de pronunciar ante vosotros, yo trataré de daros definiciones abstractas de la belleza -esas fórmulas universales que los filósofos del siglo XVIII buscaban- y menos de querer comunicaros lo incomunicable: la virtud por la cual tal cuadro o tal poema nos llena de una alegría única y especial; sino que quiero haceros notar las ideas generales que caracterizaron el gran renacimiento del arte inglés en este siglo, buscar sus fuentes en cuanto sea posible y calcular su porvenir, también en los posible.

Lo llamo nuestro renacimiento inglés, porque es en realidad un nacimiento nuevo del espíritu del hombre, como lo fué el gran Renacimiento italiano del siglo XVI, en su deseo de un modo de vida más gracioso y más sabio, en su afán de buscar nuevos asuntos de poesía y nuevas formas de arte, nuevos placeres intelectuales e imaginativos; y lo llamo nuestro movimiento romántico que, porque es nuestra reciente expresión de belleza. Se le ha descripto como un simple retorno a los moldes del pensamiento griego, y también como un retorno al sentimiento medieval. Yo diría más bien que a estas formas del espíritu humano ha agregado todo lo que de valor artístico ofrece la confusión, la complejidad y la experiencia de la vida moderna, tomando de la primera de aquellas edades su claridad de expresión y su calma sostenida, y de la segunda su variedad de expresión y el misterio de su visión. Porque, como dice Goethe, "¿qué es el estudio de lso antiguos sino una vuelta al mundo real?" Y Manzoni dice a su vez: "¿qué es el medioevalismo sino el individualismo?"

En realidad, de la unión del helenismo o en su extensión, su moralidad de intenciones, su tranquila posesión de la belleza, con el indiviualismo intenso, aventurero, el apasionado color romántico, de donde brotó el arte del siglo XIX en Inglaterra, de la misma manera que del matrimonio de Fausto y Elena de Troya nació el maravilloso niño Euforion. Expresiones tales como las de "clásico y romántico" están, en verdad, destinadas a no ser a menudo más que simples reclamos de escuelas. Debemos recordar que el arte no tiene más que una sola fórmula; no hay para el sino una ley única, la ley de la forma y la armonía; sin embargo, podemos decir que el espíritu clásico y el romántico se diferencian al menos en que uno se ocupa del tipo; el otro, de la excepción. En la obra producida por el espirítu romántico moderno no se trata de las verdades permanentes y esenciales de la vida: lo que el arte trata de reflejar es una situación momentánea, un aspecto pasajero.

En la escultura, el tipo de un espíritu, el sujeto, tiene más importancia que la situación; en pintura, el tipo del otro, la situación, tiene más importancia que el sujeto. Hay, pues, dos espíritus: el espíritu helénico y el espíritu romántico pueden ser considerados como constituyendo los elementos esenciales de nuestra tradición intelectual, de nuestro tipo permanente de gusto. En cuanto a sus orígenes, en arte como en política, no hay más que un origen para las revoluciones: el deseo experimentado por el hombre de una forma más noble de vida, de un método más libre y de una oportunidad de expresión. Sin embargo, creo que estimando el espíritu apasionado e intelectual que preside a nuestro renacimiento, todo intento de aislarlo del progreso, del movimiento y de la vida social del siglo que la ha producido, sería privarla de su verdadera vitalidad, y hasta posiblemente equivocarse sobre su verdadera significación. Y entresacando de las inquietudes y pasiones del mundo moderno las que tienen que ver con el amor y con el arte, debemos tener en cuenta numerosos y grandes acontecimientos históricos que parecen ser totalmente opuestos a tal sentimiento artístico.

Fragmento de "El Renacimiento del arte inglés" de Oscar Wilde; Editorial Littere, Buenos Aires, 1945.

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