Desde la Era del Vapor, alrededor de 1750, hasta la fecha, la población del mundo se ha elevado a más del triple: de 660.000.000 a 2.100.000.000. Tan extraordinario aumento en solo seis generaciones, se explica por los rápidos adelantos que alcanzó en ese período la unificación económica universal.
Así pues, gran número de nosotros existimos y podemos continuar existiendo gracias a la vasta estructura creada por la evolución de la sociedad humana. Si la infinita diversidad de artículos que produce la industria de cada nación hubiese de que quedar encerrada mañana dentro de sus fronteras, decenas de millones de hombres perecerían de hambre; centenares de millones más se verían reducidos a la miseria.
Las mercancías son viajeros que recorren todo el mundo. De los Estados Unidos, por ejemplo, salen víveres que se consumen en muchos países, películas que proporcionan esparcimiento, algodón que se convierte en ropas, tabaco que sirve de solaz, petróleo que alimenta las máquinas, y en proporción mayor que cualquier otra cosa, las máquinas mismas.
Con esa corriente de exportaciones norteamericanas se cruzan las de importación: azúcar, cacao, café, plátanos, especias, un centenar de otros frutos comestibles; caucho de las Indias Orientales; estaño, tanto de éstas como de Bolivia; pieles de Rusia, maderas y pulpa del Canadá; metales y minerales que todos los puntos del globo llegan a abastecer a los incontables industrias norteamericanas; seda del Japón, lino de Irlanda, artículos de lujo de Europa.
Inconcebible, tanto en cantidad como en variedad, es lo que en todas las naciones contemporáneas se produce, no para el propio consumo, sino para que lo que consuman fuera de su territorio.
De un folletín del Servicio de Informaciones de los Estados Unidos de América de diciembre de 1945.
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