por Isidro Más de Ayala
Arnold Toynbee fotografiado por Frank Scherschel para la revista Life en 1947.
Luchando contra la rivalidad de los otros cronistas que allí estaban con análogos propósitos que nosotros, y venciendo también la barrera del sonido -esto es el ruido del poderoso cuatrimotor que acababa de llegar al aeródromo de Carrasco-, nos aproximamos al pie de la escalerilla por donde debían descender los pasajeros embarcados en Londres y, entre ellos, de paso para Buenos Aires, aquel a quien debíamos reportear: Mr. Arnold Toynbee, profesor de Investigaciones de de Historia Internacional en la Universidad de Londres, director de estudios del Real Instituto de Asuntos Internacionales, autor de la celebrada obra "Estudio de la Historia". Como es sabido, el famoso profesor realiza este viaje con el propósito de escribir sobre los diversos países de América Latina.
Los historiadores son siempre gentes que sueñan al revés; por eso no se sabe, cuando se les despierta, de que siglos desembarcarán. Justamente, desembarcaba en esos momentos míster Toynbee. Lentamente, sin precipitaciones, como corresponde a un hombre que está escribiendo la historia del género humano en veinte tomos, descendió por la pasarela. Traje gris de paño inglés, pero dibujo escocés. En el brazo derecho, un portafolio estampillado. En el izquierdo, un overcoat, una guía turística y un aparato fotográfico, importado. En los ojos, una mirada brillante, inteligente, y en la cabeza la gorra a cuadros propia de todos los investigadores, ingleses, sean policías, bacteriólogos o historiadores.
Después que hicimos las respectivas presentaciones, acompañados de vigorosos "shake hands" y dado que, como lo anunció un altoparlante, la escala sería solamente de treinta minutos, pasamos al bar del aeródromo, donde accedió a nuestra invitación y, frente a dos whiskys, iniciamos el interrogatorio:
- Usted, míster Toynbee, que acaba de ver a nuestro país desde el aire, ¿se habrá dado cuenta que es una isla? Como usted los habrá visto, está rodeada por agua en las tres cuartas partes de sus límites. Río de la Plata, río Uruguay, río Cuareim, Yaguarón, Laguna Merín y Chuy. Solo está unido al continente en dos partes: Rivera y Rocha, por donde apenas pasa una que otra lata de guayabada, una que otra botella de Marumbí. A veces, un auto nuevo. Somos, pues geográficamente una isla. Y también por nuestro carácter. Repare usted, míster Toynbee: ¿no cree que nuestro carácter regionalista, de alegrías y penas colectivas, de nacionalismo deportivo, es el resultado psicológico de nuestra condición geográfica de isleños? Nos apasionamos por todo lo que nos interesa, y ponemos en ello una pasión de provincianos que están defendiendo los prestigios de su campanario. ¿Qué le parece Mr. Toynbee?
Nuestro ilustre reporteado levantó los hombre, abrió las manos y enarcó las cejas. No necesitamos más para comprender que el talentoso autor de "La Génesis de las Civilizaciones" quería decir: -¡No hay vueltas que darle! Estimulados por su autorizada aprobación, continuamos la "interview" con una nueva pregunta:
- La obtención de un campeonato paraliza por entero las actividades nacionales. Y, a su vez, una goleada adversa provoca un colapso nacional. Este interés de todos por cada cosa, esta solidaridad colectiva, explica la vergüenza deportiva que llamamos "sangre charrúa": en cada emergencia -match, congreso, raid, concierto o recital- el uruguayo se sabe representando a todo el país que en él tiene puestos los ojos. O como aquí se dice, no sé si usted sabrá: "vistiendo la celeste". Por eso, se rompe todo. Esto es propio del carácter isleño, regionalista. Somos, Mr. Toynbee, una isla de dos millones y medio de habitantes. Como usted lo vió desde el avión, el Uruguay es una pera colgada del vientre del continente.
Mi ilustre reporteado no apartaba de mí sus ojos llenos de interés y con repetidos: -¡Yes! ¡yes! ¡All right! ¡All right! mostraba su total acuerdo con mis palabras. Hizo un silencio que yo aproveché para ubicar una breve reflexión.
- Usted sabe, sin duda que nuestros primeros pobladores fueron también isleños; familias canarias que trajeron de sus islas los hábitos y cualidades y hasta las cabras de Las Palmas y Tenerife. También tiene nuestro país, como toda isla, sus emigraciones para el continente: hasta hace unos años el 10% de los uruguayos se iba a la Argentina, pues en una isla no hay sitio para todos. Otros iban al Brasil. Ahora van a la Unesco. A propósito, ¿otro whisky, Mr. Toynbee? Un "steward" inteligente y rápido hizo reposición de whiskys. Proseguimos el interrogatorio:
- ¿Con agua o soda, Mr. Toynbee? ¿Solo? ¿Dos o tres pedacitos de hielo? ¿Puro? Otra pregunta, si me permite: usted afirma en la solapa del tomo I de su obra "Estudio de la Historia" -si he entendido bien- que el grado de cultura alcanzado por la civilización es la resultante de las cualidades anímicas de los pobladores y las condiciones telúricas de las tierras que encuentran. Ahora bien, sobre el escenario vasto, vacío de América, con sus selvas, llanuras, ríos y piedras se extendió la conquista europea con sus pobladores que traían ya hábitos y cultura constituidos. Por eso, en América, el paisaje y el habitante no se corresponden. Y ésa es la razón del desacomodo en que nos encontramos: resultó como poner paja para sombreros dentro de una horma para hacer zapatos de cuero. ¿Me comprende?
Mr. Toynbee, sorprendido y admirado ante la audacia de mi imagen, aprobaba con movimientos verticales de cabeza y repetidos -¡Yes, yes, yes! El mozo creyó que lo llamaba. Y antes de que yo pudiera intervenir, -ocupado en poner en orden los apuntes que iba tomando- el ilustre profesor pagó los seis whiskys y se levantó.
Lo acompañamos hasta el magnífico cuatrimotor, pronto para partir. Conversando animadamente, pasamos frente a mis colegas de otros diarios que no habían abordado al viajero creyendo que no comprendía el castellano. ¡Qué chasco! Por razones de compañerismo no describiré el sentimiento que se leía en sus ojos al verme en este mano a mano con el profesor inglés. Se me ocurrió, por último, una pregunta muy singular:
- ¿Qué opina sobre nuestra playas, que constituyen por la belleza de sus costas y la calidad de la arena nuestro más legítimo orgullo? Díganos algo.
Vimos que Mr. Toynbee, como hombre de ciencia, buscaba el término exacto, pero con la lentitud nórdica. Extendió ambos brazos abiertos. Con nuestra rapidez latinoamericana comprendimos:
- ¿Qué son muy extensas? ¿No?
- ¡Oh, yes, yes! ¡All right!
Antes de ascender, Mr. Toynbee, muy sencillamente, quiso, sin duda, como recuerdo de Montevideo, sacarme una foto. Me hizo posar al efecto tomando notas al pie de la pasarela. Me agradeció con un último "shake hands" y su más brillante sonrisa, y se perdió dentro del cuatrimotor.
Con las notas de sus declaraciones exclusivas corrí a escribir este reportaje, que no sé todavía a que periódico de Nueva York venderé.
De "Montevideo y su cerro" de Isidro Más de Ayala; Editorial Galería Libertad, Montevideo, 1960.
ISIDRO MÁS DE AYALA (1899-1960): Psiquiatra, escritor, periodista y humorista uruguayo. Entre sus obras más importantes destacan: "Cuadros del Hospital" (1926), "Infancia, Adolescencia, Juventud" (1938), "El loco que yo maté" (1941), "Porqué se enloquece la gente" (1944), "Psiquis y Soma" (1947), "El inimitable Fidel González" (1947), "Leer es partir un poco" (1954)y "Montevideo y su Cerro" (1956).
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