Una obrera bordadora quedó viuda con cinco hijos, de resultas de la guerra de 1870. El escaso jornal que ganaba era insuficiente para atender a las necesidades de su familia. Un día en que no tenían sus hijos pan para llevarse a la boca, la infeliz obrera trabajó afanosa desde el amanecer para acabar un bordado por el que debían pagarle 25 céntimos. A la noche, había dado cabo a su obra, fue presurosa a la tienda que le había encargado el trabajo, y atrevióse a pedir con timidez el precio de su bordado, con el que pensaba comprar pan para los hijos. - Vuelva mañana, -le respondieron.
La pobre madre volvió entristecida a su casa, sentó sobre su regazo a más pequeño de sus hijos, y ordenando a los otros que se aproximaran, les dijo, enjugando furtivamente una lágrima: -¡Hijos míos, esta noche nos acostaremos sin cenar, porque no tengo que daros! Es la primera vez que nos ocurre esto, y espero de la bondad divina que será la última. No lloréis ¡cuántos hay que pasan hambre como nosotros!
En lugar de la oración que solemos rezar al empezar a comer, vamos a dar gracias como sí hubiéramos comido. Agradeceremos a Dios porque en vez de una sopa caliente, nos proporciona la ocasión de hacer un sacrificio que vamos a aplicar al descanso del alma de vuestro padre. Yo os iré calentando uno a uno entre mis brazos, y después rogaré a Dios que el hambre no os impida dormir.
¿Puede darse un modo más admirable de recibir la pobreza con un cortejo de sacrificios?
De "El Libro del Enfermo y del Atribulado" por Bernardo Gentilini; Apostolado de la Prensa, Santiago de Chile, 1919.
1 comentario:
Preciosa historia, gracias por compartirla. Tu blog esta muy lindo. Saludos.
Publicar un comentario