lunes, 18 de noviembre de 2013

Homo faber


Alguna vez dijo Einstein que lo más importante del mundo reside en que es comprensible; quizás pueda parafrasearse esta expresión y decir que lo más incomprensible en el hombre es su manipuleo de las cosas de ese mundo, y fabricar con ellas instrumentos, útiles y máquinas. Sin duda, los animales no hablan, pero emiten los más variados sonidos; tampoco reflexionan, aunque muestran un rudimentario discernimiento; sin embargo, no es imaginable en un animal la modificación de su proceso instintivo a fin de introducir mejoras en su cueva o en el arte de cazar su presa. En cambio, en la aurora de su humanización, el lejano antecesor del actual Homo sapiens ya es el Homo faber, que inventa el filo cortante, iniciación de la larga y multiforme serie de recursos que implementará para dominar el mundo que lo rodea y adaptarlo a sus necesidades.

Más aún: se ha dicho que es poco probable que el hombre hubiera sobrevivido sin la fabricación de instrumentos que compensaran su reducido tamaño y los escasos y débiles recursos que le ofrecían manos y dientes para su defensa. El hecho es que, mientras otras ramas colaterales perecían, el Homo faber sobrevivió y la lenta evolución y correlación de cerebro, ojos, manos y boca dio lugar a un ser firmemente apoyado sobre el trípode: pensamiento reflexivo, lenguaje y fabricación de instrumentos.

La fabricación de instrumentos, como prolongación de la mano, y la conservación, producción y usos del fuego fueron pues las primeras manifestaciones de una específica actividad humana, la técnica o tecnología, términos de los cuales se dan definiciones diferentes y que, aún aludiendo a la misma actividad humana, no son sinónimos, distinguiéndose, en general, según se acentúe el acto (técnica) o los pensamientos que acompañan o preceden el acto (tecnología).

De "Las revoluciones industriales" por José Babini; Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972.

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