El carnaval de Río, como se sabe, en alegría y entusiasmo es sin rival en el mundo, donde ahora reina tanta tristeza. Durante meses se hace economía y se ensaya, pues para cada año se crean nuevas canciones y músicas. Y como el carnaval en Río es una fiesta popular, hay una explosión de placer, una manifestación de alegría da la población entera; por todas partes oímos esas canciones, ya antes de la fiesta, a fin de que cada uno pueda cantarla como nosotros; las oímos en los casinos, en los restaurantes, en las radios, en el gramófono y en las casillas de los negros; por todas partes se ensaya, para la gran fiesta de alegría colectiva.
Cuando el calendario de finalmente permiso, se cierran por tres días todas las casas comerciales y es como si la ciudad entera hubiese sido picada por una tarántula gigantesca. La población vive en las calles, se danza hasta alta noche, se canta y se hace un barullo infernal, con todos los instrumentos que sea dable imaginar. Cesan todas las diferencias sociales, criaturas que no se conocen andan de brazo dado; se dirige la palabra a cualquier persona; poco a poco la animación recíproca se exalta, y el barullo incesante va creciendo al punto de llegar a una especie de locura; se ven bailarines exhautos tirados en la calle, sin que hayan bebido una gota de alcohol; apenas si danzaron e hicieron tanto barullo que quedaron extenuados.
Pero lo que es más curioso, lo que es típicamente brasileño es que, hasta en estos éxtasis, la gente y mismo la de las clases más bajas no pierden su espíritu de humanidad y no cometen brutalidades; a pesar de la libertad de usar caretas, nada acontece de brutal y de inconveniente en una multitud frenética, que anda en una rueda viva de día y de noche. El gritar y el danzar hasta no poder más, la libertad orgíaca de hablar alto, de descomedirse, se satisface en el vértigo de esos tres días. El carnaval parece una de esas tormentas tropicales de verano. Y después, nuevamente la conducta cometida de antes, la ciudad retorna a su orden anterior. El verano está festejado, el calor estancado abandona a las personas; Río es nuevamente Río, la ciudad que, calma y activa, refleja su propia belleza.
De "Brasil, país del futuro" de Stefan Zweig; Impresora LIGU, Montevideo, 1942.
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