Jean Paul Sartre (1905-1980)
Algo comienza para terminar: la aventura
no admite añadidos; sólo cobra sentido con su muerte. Hacia esta muerte,
que acaso sea también la mía, me veo arrastrado irremisiblemente. Cada
instante aparece para traer los siguientes. Me aferro a cada instante
con toda el alma; sé que es único, irremplazable y, sin embargo, no
movería un dedo para impedir su aniquilación.
El último minuto que paso
en brazos de una mujer conocida la antevíspera –minuto que amo
apasionadamente, mujer que estoy a punto de amar- terminará, lo sé. Me
inclino sobre cada segundo, trato de agotarlo; no dejo nada sin captar,
sin fijar para siempre en mí, nada, ni la ternura fugitiva de esos
hermosos ojos, y sin embargo, el minuto transcurre y no lo retengo; me
gusta que pase.
Y entonces de pronto algo se rompe. La aventura ha terminado, el tiempo recobra su blandura cotidiana. Ahora el fin y el comienzo son una sola cosa. Aceptaría revivirlo todo, en las mismas circunstancias. Pero una aventura no se empieza de nuevo ni se prolonga.
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