"La Joven Lectora", óleo de Jean-Honoré Fragonard
Hemos ponderado e inflado en forma totalmente desproporcionada nuestro sistema educativo audiovisual. Si esta afirmación parece demasiado reaccionaria o conservadora, permítaseme decir que si pudiéramos instituir el sistema audiovisual de educación de todas las escuelas norteamericanas, convertiríamos a todas nuestras maestras en mecánicos de categoría superior y, por consiguiente, la profesión de maestra, la profesión más noble del mundo, acabaría por extinguirse pronto.
El sistema audiovisual constituye simplemente una extensión de nuestras actitudes de apresuramiento. La lectura de un libro demanda mucho tiempo y tenemos miedo de no comprenderlo de inmediato, y podamos perder nuestro tiempo. Nos hemos preocupado demasiado por hacer asimilables los libros. Toda persona es mejor por leer un libro que no comprende de primer intento.
Cuando era muchacho, en el East Side de la ciudad de Nueva York, solíamos preguntarnos cuando nos encontrábamos: "¿Ya lo leíste?" Hablándonos de Los Miserables de Víctor Hugo. Sabíamos que se trataba de un libro importante y que ejercería una profunda influencia sobre nosotros, por lo cual nos preparábamos para leerlo. El día feliz llegaba cuando podíamos responder: "Bueno, lo leí!"
Existe una gran diferencia entre leer Los Miserables y ver a Frederic March y a Charles Laughton en una película varias veces exhibida en la última función. Se puede ver aMarch y a Laughton más de veinte veces y, con todo, no saber nada del libro. No hay excusa: hay que leerlo. Entre el ojo y la palabra impresa hay una relación que desafía la explicación coherente.
Carl Sandburg, en su biografía de Abraham Lincoln, dice que los hombres del ejército de la Confederación y la Unión leían Los Miserables. La leían en una edición barata, fraudulenta, llamada "the Volunteer's edition". Tan grande era la popularidad del libro que los soldados se llamaban con los nombres que tomaban prestados de los personajes de Hugo. Durante el crudo invierno de 1864, los soldados de la Confederación se apodaron "Lee's Miserables".
Por muy bien que la interpretación audiovisual presente Los Miserables, el resultado no es el mismo. Usted no reconocerá que Hugo escribió: "Todos propietarios y ningún amo". Tampoco recordará que en una de sus introducciones escribió: "Proscribo la pobreza, destruyo la ignorancia, curo la enfermedad, odio el odio; ésa es mi posición y por eso escribí Los Miserables".
Usted está solo al leer esto y no puede reproducir el mismo proceso de una audiencia masiva. Cuando se encuentra en una audiencia masiva cae en el anonimato: al leer adquiere una identidad ampliada. Aprende cosas diferentes y en forma diferente. Tratar de comprender todo de la misma manera es lo mismo que aprender la tabla de multiplicación y pretender determinar las leyes físicas de la tierra con arreglo a ella.
La gran verdad de un libro es que preserva los errores al mismo tiempo que la verdad. Esto es algo que la educación audiovisual no podrá hacer nunca. Nunca será tan independiente de los censores como el libro.
Artículo de Harry Golden.
Este artículo fue publicado en "The Carolina Israelite", el 14 de mayo de 1961.
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